¿Sabías desde cuándo y por qué se celebra el 1 de enero Año Nuevo? Descúbrelo
Para la mayoría de nosotros, celebrar el Año Nuevo el 1 de enero es un acto natural, casi instintivo. Sin embargo, ¿se ha preguntado alguna vez por qué brindamos precisamente en esta fecha y no durante el equinoccio de primavera o en el solsticio de invierno?
El aroma a chocolate caliente, el eco de las risas familiares aún resonando en la sala y esa sensación de “página en blanco” es algo que sólo el primer día del año sabe transmitir. Para la mayoría de nosotros, celebrar el Año Nuevo el 1 de enero es un acto natural, casi instintivo. Sin embargo, ¿se ha preguntado alguna vez por qué brindamos precisamente en esta fecha y no durante el equinoccio de primavera o en el solsticio de invierno?
La respuesta no se encuentra en las estrellas ni en los ciclos de la cosecha, sino en una fascinante mezcla de política romana, astronomía y el deseo humano de encontrar orden en el caos del tiempo.
El legado de los dos rostros
En la antigüedad, el calendario romano era un sistema bastante caótico que comenzaba en marzo, coincidiendo con el renacimiento de la naturaleza en primavera. Es por esto que, curiosamente, meses como septiembre, octubre y noviembre llevan nombres derivados del siete, el ocho y el nueve, a pesar de ocupar hoy los puestos nueve, diez y once.
Fue el célebre Julio César quien, en el año 46 a.C., decidió poner fin a este desorden. Asesorado por expertos astrónomos, instauró el calendario juliano y designó el 1 de enero como el inicio oficial del año. La elección no fue azarosa: enero está dedicado a Jano (Janus), el dios romano de los comienzos, las puertas y las transiciones. Jano es representado con dos rostros: uno que mira hacia atrás, al año que se despide con gratitud, y otro que mira hacia adelante, al futuro con esperanza. Esta dualidad es la esencia misma de nuestra celebración familiar.

Esta es la escultura de Janus. Foto: Valérie Mangin.
De la tradición a la norma global
A pesar de la reforma de César, la fecha no se consolidó de inmediato en todo el mundo. Durante la Edad Media, muchos países cristianos preferían celebrar el Año Nuevo en fechas con mayor carga religiosa, como el 25 de diciembre (Navidad) o el 25 de marzo (Anunciación).
El cambio definitivo llegó en 1582, cuando el Papa Gregorio XIII introdujo el calendario gregoriano para corregir los desfases acumulados del sistema juliano. Esta reforma no sólo ajustó los días del año para que las estaciones no se desplazaran, sino que reafirmó el 1 de enero como el punto de partida universal. Con el paso de los siglos, esta convención fue adoptada por casi todas las naciones, convirtiéndose en el puente que nos une globalmente cada medianoche de diciembre.

Este es el calendario Gregoriano, en el cual se inició a indicar el 1 de enero como inicio de año. Foto: Casa de la Ciencia.
Un momento para el hogar
Más allá de los decretos imperiales y las bulas papales, el 1 de enero ha perdurado porque satisface una necesidad profunda del espíritu humano: la oportunidad de reinventarnos. En el núcleo de nuestras familias, esta fecha representa un ritual de renovación. Es el momento en que nos permitimos soltar las cargas del pasado y abrazar nuevos proyectos junto a nuestros seres queridos.
Celebrar hoy no es sólo seguir un calendario antiguo; es honrar la historia de la humanidad que, desde hace milenios, busca un momento para detenerse, mirar a los ojos a los suyos y decir: “Este año será mejor”. Al final del día, el 1 de enero es el recordatorio anual de que, sin importar lo ocurrido, siempre hay una nueva oportunidad esperando a ser escrita.




